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Jenny Gold
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Gold cubre las noticias de la industria del cuidado de la salud, las reformas de las políticas y las desigualdades en cuestiones de salud. Anteriormente fue miembro del programa Kroc Fellowship de la NPR.

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La lucha contra el sistema de salud mental de un condado de Texas

Por Jenny Gold | 20 de agosto de 2014

SAN ANTONIO – Aquí, algunos se refieren a Leon Evans como “El Oso”. Es un hombre colosal con una mata de cabello blanco tanto en la cabeza como en el rostro, y sus muñecas son del tamaño de los muslos de un niño. Este exluchador estelar se ganó su apodo luego de luchar realmente contra dos osos.

“Este es el condado de Bexar, que en inglés suena igual que ‘oso’, así que mi esposa bromea con que este es el tercero”, explica Evans.

Evans es director del Centro de Servicios de Cuidado de la Salud, el sistema de salud mental comunitario de San Antonio y del condado de Bexar.

Texas ocupa el puesto número 49 de un total de 50 estados en financiamiento destinado a la salud mental. Pero bajo el liderazgo de Evans, el condado de Bexar desarrolló un sistema de salud mental que es considerado un modelo para otras ciudades de todo el país, un modelo con el que se han ahorrado 50 millones de dólares durante los últimos cinco años.

Evans llegó a Texas en 1972 como trabajador social para ayudar a establecer parte de los primeros sistemas de salud mental comunitarios y, desde entonces, ha permanecido en el estado. Hace 14 años, cuando Evans quedó a cargo del sistema de Bexar, la cárcel del condado estaba tan superpoblada y colmada de gente con distintos estados de psicosis, que el estado estuvo a punto de imponerle multas.

Eso no es inusual. Según un estudio realizado por la Oficina de Estadísticas de Justicia, que depende del Departamento de Justicia, aproximadamente el 20% de los presos y reclusos de todo el país padecen una enfermedad mental grave que incluye psicosis. La idea de reforma de Evans era sencilla: para las personas que tienen una enfermedad mental, los tratamientos funcionan. Y la cárcel no.

“Incluso aquí en Texas, que es un estado muy conservador, aprendimos hace mucho tiempo que los delincuentes no violentos con enfermedad mental no deben ir presos. No son buenos prisioneros”, afirma Evans. Cuando están en un estado de psicosis, los presos oyen voces y no pueden obedecer reglas. Eso significa que jamás recibirán una reducción de su pena por buen comportamiento. “Ocupan el espacio de los delincuentes violentos”.

Además, es una puerta giratoria costosa. Cuando son liberados de la cárcel, muchas personas que tienen una enfermedad mental grave terminan viviendo en la calle, se enferman y con frecuencia se vuelven adictos. Y luego, casi invariablemente, van de nuevo en la cárcel por un delito menor que altera el orden público, como mendigar —que en San Antonio es ilegal—, orinar en público, revolver la basura o dormir en la puerta de una casa.

Todo eso le resulta muy familiar a Samuel Lott. Durante décadas, Lott fue empleado administrativo, y más recientemente trabajaba para el ferrocarril BNSF en Fort Worth, pero en 2006 perdió su trabajo.

“En ese entonces, mi diagnóstico de depresión, alcoholismo y otras cosas se agravó. Me derrumbé rápidamente y quedé en la calle”, recuerda Lott.

Durante cuatro años vivió en la calle y acampó en el bosque. Estuvo separado de su familia, le contagiaron hepatitis C y su depresión no tratada empezó a dar señales de psicosis. Tenía frecuentes altercados con la policía.

En su computadora portátil, Lott, de 51 años, muestra una foto suya del año 2010, la última vez que estuvo preso. “Este es un hombre enojado, enfermo, desnutrido y sin rumbo. Puedes darte cuenta por sus mejillas hundidas”, describe mientras apunta a la pantalla.

Empezar un tratamiento para cualquiera de sus problemas de salud parecía inútil, especialmente por no tener un medio de transporte. “Hubiese requerido caminar kilómetros y kilómetros desde un extremo de la ciudad hasta el otro para que quizás me refirieran a otro médico, y luego tomar la nota para la derivación, volver a caminar hasta algún otro lugar de la ciudad donde, quizás, podría obtener ayuda”, explica Lott.

Además de que los servicios están dispersos y en distintos lugares, Leon Evans dice que este grupo de personas tenía otro problema: ninguna de las agencias y organizaciones sin fines de lucro de la ciudad y del condado que atendían a personas con enfermedad mental grave se comunicaban entre sí. Las cárceles, los hospitales, los tribunales, la policía y el departamento de salud mental, todos funcionaban de forma aislada.

“La gente que financia estos servicios solo se preocupa por sacar su propia tajada y por saber si van a recuperar su inversión”, cuenta Evans.

Fue así que, con la ayuda del juez del condado, Evans trabajó para reunir a los financistas y hablar del dinero que estaban gastando en salud mental. Resultó ser la pieza más difícil e importante del rompecabezas.

“No creemos que los agentes de policía y los trabajadores de salud mental tengan algo en común, a excepción de personas con problemas mentales y abuso de sustancias. Nosotros hablamos un idioma distinto, tenemos objetivos distintos y no confiamos mayormente en ellos”, revela Evans.

Por ello, Evans contrató a Gilbert González para que averiguara cuánto dinero se estaba invirtiendo en salud mental. “¿Has visto la película Moneyball con Brad Pitt?”, pregunta González. “Bueno, el éxito de esa película se basó en análisis y datos. Teníamos que hacer lo mismo”.

Una vez que dejaron de considerar que la salud mental era un gasto aislado dentro del presupuesto de la ciudad, los organismos se dieron cuenta de que estaban gastando enormes cantidades de dinero para cuidar de la gente. Y lo estaban haciendo mal. González descubrió que si pudiesen combinar sus recursos, podrían ahorrar mucho dinero.

Los tribunales, las cárceles, los hospitales, el gobierno del condado y el departamento de policía aceptaron trabajar juntos en el problema. Todos contribuyeron al financiamiento (la policía incluso donó dinero proveniente de la incautación de drogas) a fin de construir un sistema para tratar y mejorar a las personas con enfermedad mental.

El resultado fue un complejo centralizado que ofrece muchos servicios. El Centro de Restauración está convenientemente ubicado frente al vanguardista refugio para personas sin hogar de San Antonio. “Algo muy importante en cuanto al enfoque tomado por San Antonio es que integraron los servicios de salud mental y abuso de sustancias con los servicios para personas sin hogar, porque la mayoría de la gente tiene necesidades que se superponen”, aclara Laura Usher. Como gerente del programa de la Alianza Nacional sobre Enfermedades Mentales, ella ayuda a establecer la colaboración entre las agencias policiales y los departamentos de salud mental. El centro incluye una unidad psiquiátrica para pacientes internados con seguimiento de 48 horas, centros de desintoxicación, cuidado primario de pacientes ambulatorios y servicios de psiquiatría, un programa de recuperación de 90 días, alojamiento para personas con enfermedades mentales, e incluso capacitación laboral y un programa para ayudar a las personas en su transición a una vivienda asistencial.

“San Antonio se dio cuenta de que es más rentable ofrecer a la gente servicios de salud mental y asistencia por adelantado, en lugar de pagar por camas en cárceles y estadías en prisión”, opina Usher.

Más de 18.000 personas por año pasan por el Centro de Restauración, y los funcionarios dicen que este enfoque coordinado ahorra a la ciudad más de 10 millones de dólares anualmente. “No hay opciones equivocadas”, dice Evans. Algunos pacientes vienen de la calle o acuden con sus familias. A otros los trae la policía o llegan derivados de programas internos de las cárceles.

“San Antonio lleva la delantera en la creciente tendencia en todo el país de crear una alternativa distinta al hospital para las personas que sufren emergencias psiquiátricas. A menudo, estas ocurren junto con el abuso del alcohol o drogas”, considera el doctor Mark Munetz, psiquiatra y profesor en la Universidad Médica del Noroeste de Ohio, que el año pasado visitó el Centro de Restauración.

Pero Munetz sabe que el modelo de San Antonio tal vez no funcione para todos. El Centro de Restauración y el refugio para personas sin hogar, reconoce Munetz, parecían un “oasis psiquiátrico, que sacaba gente de la parte más céntrica de la ciudad, casi como aislándola de esa zona, especialmente considerando que el refugio para personas sin hogar se encuentra tan cercano. No estoy seguro de cómo funcionaría eso en otras partes del país”.

Sin embargo, el resto del país ha empezado a notarlo. Todos los estados han enviado delegados a San Antonio para ver si pueden crear sus propios sistemas de salud mental en base a este.

Samuel Lott llegó allí en el año 2010. Caminó hasta el Centro de Restauración desde su celda en la cárcel, a una cuadra de distancia. Pasó por el programa de desintoxicación, luego por un programa de recuperación de 90 días para pacientes internados, seguido de un tratamiento para la hepatitis C y finalmente medicación para ayudarle a controlar su enfermedad mental. El centro ayudó a ubicarlo en su propio apartamento y le brindó capacitación laboral adicional.

Evans muestra otra fotografía en su computadora portátil, tomada el Día de Acción de Gracias de 2012, dos años después de llegar al centro. Es una imagen de Lott abrazando a su familia: sus padres, su hermano y sus sobrinos. Parece otra persona.

“Si comienzo a hablar de eso, probablemente llore”, reconoce Lott, que ahora está sano y trabaja en el centro. “Me sentí tan bien estando en casa con mi madre y mi padre. Esperaba que estuvieran enojados y heridos, pero fue todo lo contrario. Estaban felices porque un miembro de la familia había vuelto a casa. Ahora nos enviamos correos electrónicos y mensajes de texto todos los días, hablamos por Facebook, hacemos planes para reunirnos”.

Lott sostiene que ahora ayuda a otros a encontrar el tipo de esperanza y sanación que él encontró.